El hijo de ‘botellón’, los padres en la inopia
El País, 11 de octubre de 2012
Entre la permisividad, la ignorancia y el temor. Así viven los padres
y madres españoles el consumo de alcohol de sus hijos menores de edad,
según el estudio Jóvenes y alcohol de la Fundación Pfizer. Aunque el título es engañoso. Porque lo relevante no es tanto que este trabajo, en línea con otros como las encuestas Estudes del Plan Nacional sobre Drogas,
reflejen que una gran mayoría de los menores bebe. Sino que enfrenta
este hecho con lo que piensan sus padres. Y ahí se ve que la expresión
“brecha generacional” es algo más que una metáfora.
Empecemos por la pregunta más sencilla: ¿Con qué frecuencia, en
términos generales, sueles tomar bebidas alcohólicas? De los chavales de
entre 12 y 18 años, el 34,3% contesta que lo hace al menos una vez al
mes. Pero sus padres creen que eso sucede solo con el 19,1% de sus
hijos. La diferencia son 15,2 puntos, un 44% de error.
Tampoco hay acierto sobre cuándo empezó a beber el hijo (o la hija,
que el masculino genérico no debe ocultar que la igualdad entre ambos
sexos es cada vez mayor). Los chicos dicen que lo hicieron con 13,7 años
de media (un dato que coincide con el del Plan Nacional sobre Drogas, y
que casi no varía año a año). Los padres, creen, en cambio, que fue a
los 15. El anuncio publicitario de la Fundación de Ayuda a la Drogadicción (FAD)
con un padre que niega que el adolescente borracho que habían visto los
vecinos fuera el suyo no puede ser más acertado. Javier Quiroga, jefe
de la unidad de Comunicaciones del Samur
(Servicio de Asistencia Municipal de Urgencia y Rescate) de Madrid,
coincide, por su experiencia, en esa apreciación. “Padres que lo niegan o
dicen que a sus hijos les han echado algo en la copa parecen un chiste,
pero son reales”.
Con esa edad media de inicio, eso quiere decir que hay muchos menores
de los 13 años que beben desde antes, resalta Enrique Baca, catedrático
en Psiquiatría de la Universidad Autónoma de Madrid
y patrono de la Fundación Pfizer. “El 8,1% empezó a beber antes de los
10, y el 20,5% antes de los 12. El grueso, el 55%, lo hace entre los 13 y
los 15”, destaca. A partir de ahí, los porcentajes bajan mucho (lógico,
porque la mayoría ya se ha iniciado en el consumo, y quedan los más
reacios).
Este ejercicio de comparar los aciertos entre lo que dicen los hijos y
lo que sus padres creen que saben se puede repetir en casi todas las
preguntas del trabajo. La equivocación es del 33% si se le pregunta a
los padres si sus hijos toman licores fuertes, por ejemplo. Eso sí,
clavan la respuesta sobre el consumo de champán y cava o de licores de
frutas. ¿Es pura casualidad? Quizá no. Porque esos tipos de bebidas,
festivas y esporádicas, suelen ser parte de comidas y celebraciones
familiares. Y los progenitores saben que sus hijos las toman porque lo
hacen en su presencia.
Este aspecto lleva a otro punto del estudio, como refleja Baca: la
permisividad de los padres. Hay una pregunta en la que las respuestas de
los hijos y lo que dicen sus padres y madres coinciden bastante: en si
beben con permiso. Y es que un 53,7% de los padres y madres lo permiten,
en casa o fuera de ella, según los adolescentes.
“Esta respuesta, tan llamativa, es de las que no me creo”, dice el psiquiatra de la Universidad Autónoma de Barcelona
Miguel Casas. Baca y Pedro Núñez Morgades, ex Defensor del Menor de la
Comunidad de Madrid y también patrono de la Fundación Pfizer, coinciden.
“Los padres saben lo que tienen que contestar, lo que queda bien”. Por
eso, lo más probable, apuntan estos expertos, es que el porcentaje real
sea superior: son todavía más los progenitores que —“por desconocimiento
o impotencia, sobre todo a partir de los 16 años”, matizó Núñez
Morgades—, dejan que sus hijos beban.
Los datos van en esta línea. Para empezar, hay una clara relación
entre padres bebedores e hijos que también lo hacen. Y más del 40% de
los chavales se iniciaron en familia. Las repuestas aquí también son
bastante coincidentes: los hijos dicen que eso sucedió en el 41,3% de
las ocasiones y los padres —quizá por aquella tontería de “que aprendan
conmigo”, dijo Núñez Morgades— creen que pasó el 45,4% de las ocasiones.
El tema del aprendizaje no es un asunto menor. Porque lo que no se
puede perder de vista es que el alcohol es dañino. Afecta al desarrollo
intelectual y físico de los menores, aunque estos todavía tienen una
serie de mitos al respecto, como que si solo se bebe de vez en cuando
(los fines de semana) no hace daño, dijo Núñez Morgades. “Ven sus
efectos como algo lejano”, y opinan que “no engancha como otras drogas”,
añadió.
Los expertos coinciden en señalar en que la formación es clave. E
incluso alguno, como Casas, cree que parte de ese aprendizaje está en el
propio consumo. “España es un país vitivinícola, donde el alcohol está
presente en todo, desde las fiestas a la religión”, resaltó Casas. “Es
inherente a nuestra sociedad”, añadió. Por eso, el psiquiatra, que
también trabaja en el hospital Vall d'Hebrón
de Barcelona, dice en este sentido que, muchas veces, “quienes peor
beben son los que tienen poca práctica”. Este experto cree que insistir
en medidas represivas es un esfuerzo inútil. “¡Si no hemos conseguido
erradicar el consumo de hachís o cocaína!”, comenta. Lo que pasa es que
hay que saber beber. “¿Tiene peligros? Desde luego. Pero también los
tienen las bicicletas. En Holanda sería absurdo que no dejaran usarlas
hasta los 18 años. Acabarían atropellados por un tranvía”, pone como
ejemplo. Otra cosa es que él cree que hay que vigilar esos primeros años
de contacto con la bebida, peligrosos pero inevitables. Entre lo que se
podría hacer está educar a los chavales para que se vigilen unos a
otros. No en el sentido de reprimirse, sino en el de estar al tanto. “Si
cuando sale un grupo siempre es el mismo el que pierde el conocimiento,
es que algo le pasa”.
Casas es de la opinión de que hay una serie de factores —sobre todo
problemas psiquiátricos como el trastorno por déficit de atención e
hiperactividad— detrás de los problemas de adicción. “El 85% aprende a
beber sin complicaciones, el otro 15% es el que está en peligro”. “Ellos
son los que se emborrachan en los botellones, los que al
llegar a la adolescencia empiezan con el consumo de drogas y a los que
hay que tratar. Porque la adicción no es por vago, por el paro o
factores socioculturales; es una enfermedad de causas biológicas”,
insiste el experto.
Este planteamiento no es cómodo, porque parece tener un cierto
componente de determinismo, de predisposición genética al alcoholismo.
Casas lo defiende, y cree que lo importante es saberlo para actuar. Por
eso, él cree que el peligro no está en el botellón —“solo el
10,3% se emborracha en ellos la mayoría de las veces, lo que coincide
con ese 15% de predisposición biológica”—, señala.
Con este estudio, el debate de las medidas para combatir el consumo
excesivo tiene nuevos argumentos. “Hablar con los niños, y no a los
niños”, dice Núñez Morgades. El alcohol está ahí, y la cuestión está en
abordarlo sobriamente.
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